Saint-Saëns, Pamplona y la Jota aragonesa

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Publicado por EditorLaJota

29 de septiembre de 2021

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El 28 de septiembre de 1880 en el frontón madrileño Ariel, en las cercanías de la Castellana y con lleno total desde antes de iniciarse el partido de pelota, jugaron el durangués “Chiquito de Eibar” (Indalecio Sarasqueta) y el cura Echeverría a pala. “Chiquito” sacaba con la izquierda y daba tres tantos de ventaja a su competidor. Venció el cura 40 a 30. Se esperaba repetir semejante “partidazo”. “Chiquito” era jugador de mano, pala, cesta y guante; quizá haya sido el pelotari más importante del deporte pelotazale.
Se preguntará el lector qué tendrá que ver tal reto deportivo con el pianista, organista, director de orquesta y compositor parisino, Camille Saint-Saëns -protagonista de este artículo-. Solamente que en esa fecha llegaba a Madrid acompañado del violinista de veintitrés años, Paul Viardot, con la intención de ofrecer varios conciertos en Madrid y Pamplona. Si novedad fue la actuación del compositor y violinista, novedad fue la contienda de “Chiquito” y el eclesiástico.
Deporte y música no son incompatibles, aunque no haya noticias de que asistieron ambos músicos a Ariel. Pero sí conocemos los varios conciertos que dio Saint-Saëns en el teatro Príncipe Alfonso de la capital de España con su compañero de viaje -importante violinista francés hijo de la cantante y compositora Pauline Viardot, hermana de la diva lírica María Malibrán, de ascendencia española- y los importantes éxitos logrados: “un gran poeta; todas sus manifestaciones son estéticas, psicológicas, y están dotadas de una inmensa intensidad de sentimiento. Sus obras, como las de Berlioz y las de Wagner, constituyen la unión perfecta de todas las fuerzas descriptivas y de todas las fuerzas dramáticas” (Crónica de la música sobre Sain-Saëns).
En el primer concierto, con la orquesta del maestro Vázquez, tocó y dirigió las mismas obras que ofreció en Pamplona con un vigor, rapidez, limpieza y energía que arrebató a los espectadores que, desgraciadamente, -según el diario madrileño La Época- eran menos de los previstos. Prefirieron presenciar, a la misma hora, la corrida de toros con Lagartijo y Frascuelo, “este es un triunfo más de la escuela realista. Es Zola, que se nos entra por las puertas disfrazado de toro de Bañuelos (ganadería de la corrida)”, escribía el mismo diario.
Al día siguiente del segundo concierto, pianista y violinista emprendieron viaje a Pamplona, donde los días 12 y 13 deleitarán a los pamploneses. La amistad con Sarasate le obligó a acudir a la capital navarra. He intentado conseguir noticias de los conciertos y no las he encontrado en el libro de José María Corella (Orquesta Pablo Sarasate, 125 años) ni en la prensa local (no existen en el Archivo municipal prensa de esas fechas); pero las he hallado en la de Madrid. Interpretó sus conciertos en sol menor y en do menor para piano con acompañamiento de orquesta; obras con el sello particular de ese genio.
El comentarista decía quedar absorto al ver “a la Sociedad de Santa Cecilia lanzarse valiente y decidida a aquel rudo combate de notas para salir de él con honra, sabiendo como sabíamos que todo aquello era solo producto de dos ligeros ensayos a los que, por causa de la mucha premura, no siempre pudo asistir el personal completo de la orquesta”.
Dirigió a la Santa Cecilia en su Danza macabra, dándole “el verdadero movimiento y todo el carácter que tan extraña composición requiere”. Tal fue el entusiasmo que se pidió la repetición y accedió. En el segundo concierto dirigió la Danza bacanal (Sansón y Dalila), entusiasmó el último tiempo, y también agradó la Suite (obra 49), ambas composiciones ya conocidas por los aficionados. En relación al joven y simpático violinista, referente a lo que interpretó acompañado al piano por Maya (hijo) -según el corresponsal en Pamplona de un diario madrileño- era una desventaja luchar con el recuerdo de Sarasate, parecía un boceto de D. Pablo.
En las obras de piano que tocó Saint-Saëns demostró que este instrumento no es su especialidad -en el concierto de Madrid hubo alguna prensa que dijo lo mismo- y sí es la de organista, como se comprueba en la Madeleine parisina. Terminó el concierto interpretando la Obertura de Poeta y Aldeano de Suppé, el pizzicato de Taubert, un minuetto de Boccherini y la Polonesa del español Pedro Caravantes. El ilustre parisino felicitó a los “cecilios” por su contribución. Cuando se dispuso a abonar a sus miembros la cantidad dineraria correspondiente contestaron:
-La honra de haber sido dirigidos por el eminente Saint-Saëns, vale más para nosotros que todos los intereses del mundo.
-Pero -se les objetó- la remuneración legítima de vuestro trabajo en nada disminuye la honra de que estáis tan orgullosos. Podéis aceptar lo que habéis ganado honradamente y con un buen deseo y un acierto de que pocas veces se ven ejemplos.
-No importa -contestaron por último sin dejarse convencer-. Consideramos a Saint-Saëns como hermano de Sarasate, y Sarasate es nuestro Dios en la esfera del arte. Dejadnos demostrar de alguna manera el profundo agradecimiento que sentimos hacia Sarasate por los beneficios que siempre ha prodigado a nuestra Sociedad y la gratitud que hoy sentimos hacia Saint-Saëns por haberse dignado venir a Pamplona a dirigirnos.
-Hombres que así se expresan y que así se conducen son verdaderos artistas.
Finalizado todo esto Saint-Saëns fue a casa de Sarasate, donde hubo una animada reunión, estando presentes el padre y hermana de D. Pablo. Se vieron sorprendidos al escuchar una jota cantada en la calle por jóvenes pamploneses y bailada por “mozas” pamplonicas. El pianista quedó sorprendido y no dejaba de asomarse al balcón. Subió la rondalla a la casa y empezó a bailar Saint-Saëns, animándole las “mozas”. “Como decía un rotativo madrileño: “Allí nació en él la fantasía sobre motivos de la jota aragonesa -con que finalizó el concierto- está muy bien hecha; pero no ha hecho más que combinar un canto con otro, sin ninguna de las variaciones que se prestan y sin lograr darle colorido. Es una jota aragonesa… afrancesada. Anacronismo inconcebible”. Lo que no le extrañó, lo advirtió al escribirla, es que no entendía jota de esa música.
En la estación, al salir de la ciudad, un ciego cantó la jota. Al escucharla apuntó los últimos acordes y dijo:
-Aunque yo no sé jota de esta música de Aragón, he de escribir una jota .
Y escaso tiempo, en Zaragoza, “componía en breves momentos y orquestaba una graciosa jota que el público oirá el domingo en Madrid”. Esta es la historia de la jota aragonesa de Saint-Saëns, salpicada de cierta fantasía, y de la estancia musical de Saint-Saëns y Viardot en Pamplona.

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